-Bella, yo no puedo vivir en un mundo donde tú no existas.
Estaba totalmente segura de tres cosas. Primera, Edward era un vampiro. Segunda, una parte de él, y no sabía lo potente que podía ser esa parte, tenía sed de mi sangre. Y terera, estaba incondicional e irrevocablemente enamorada de él.
-No necesito el cielo si tú no puedes ir a él.
-“Muerte, que has sorbido la miel de sus labios, no tienes poder sobre su belleza” –murmuró y reconocí el verso que declaraba Romeo en la tumba.
Entonces le vi, y los últimos siete meses desaparecieron. Incluso sus palabras en el bosque perdieron significado. No importaba cuánto tiempo pudiera llegar a vivir; jamás podría querer a otro.
-Si todo pereciera y él se salvara, yo podría seguir existiendo; y si todo lo demás permaneciera y él fuera aniquilado, el universo entero se convertiría en un desconocido totalmente extraño para mí.
-Bella –sus dedos recorrieron con ligereza el contorno de mis labios-. Yo voy a estar contigo…, ¿no basta con eso? Edward puso las yemas de los dedos sobre mis labios, que esbozaron una sonrisa. -Basta por ahora. Le acaricié el rostro y dije: -Mira, te quiero más que nada en el mundo. ¿No te basta eso? -Sí, es suficiente –contestó, sonriendo-. Suficiente para siempre.
¡Lucha!, gritó Edward. ¡Maldita sea, Bella, sigue luchando! ¿Por qué? Ya no quería seguir peleando. Y no eran ni el mareo ni el frío ni el fallo de mis brazos debido al agotamiento muscular los que me hacían resignarme a quedarme donde estaba. No. Me sentía casi feliz de que todo estuviera a punto de acabar. Le estaba viendo a él, y no tenía ya voluntad de luchar. Su imagen era vívida, mucho más definida que cualquier recuerdo. ¡No! ¡Bella, no! Su voz sonaba más clara que nunca a pesar de que el agua helada me llenaba los oídos. Ya había olvidado en qué consistía la auténtica felicidad. Felicidad. Hacía que la experiencia de morir fuese más que soportable. Adiós. Te amo, fue mi último pensamiento.
Cuando la vida te ofrece un sueño que supera con creces cualquiera de tus expectativas, no es razonable lamentarse de su conclusión.
Bastaba con que creyera que él existía para que yo pudiera vivir. Podría soportar todo lo demás mientras supiera que existía Edward.
-No estaba dispuesto a vivir sin ti –puso los ojos en blanco cono si eso resultara algo evidente hasta para un niño.
-Él es como una droga para ti –Jake habló con voz pausada y amable, sin atisbo de crítica-. Ahora veo que no eres capaz de vivir sin él. Es demaciado tarde, pero yo hubiera sido más saludable para ti, nada de drogas, sino el aire, el sol. Las comisuras de mis labios se alzaron cuando esbocé una media sonriza. -Acostumbraba a pensar en ti de ese modo, ya sabes, como el sol, mi propio sol. Tu luz compensaba sobradamente mis sombras. Él suspiró. -Soy capaz de manejar las sombras, pero no luchar contra un eclipse.
Como si nunca hubiese existido, pensé con desesperación. ¡Cómo había sido capaz de hacer una afirmación tan estúpida y tan absurda! Podía haber robado mis fotos y haberse llevado sus regalos, pero aun así, nunca podría devolver las cosas al mismo lugar donde habían estado antes de que le conociera. La evidencia física era la parte más significativa de la ecuación. Yo había cambiado, mi interior se había alterado hasta el punto de no ser reconocible. Incluso mi exterior parecía distinto. Como si nunca hubiese existido. Menuda locura. Aquélla fue una promesa que él no podía mantener, una promesa que se rompió tan pronto como la hizo.
Era una forma muy dura de vivir: prohibiéndome recordar y aterrorizasa por el olvido.
-Hay algo… extraño en cómo estáis juntos –murmuró ella, con la frente fruncida sobre sus ojos preocupados-. Te mira de una manera… tan… protectora. Es como si estuviera dispuesto a interponerse delante de una bala para salvarte o algo parecido. -Y no es sólo él –apretó los labios en un ademán defensivo -. Me gustaría que vieras la manera en que te mueves a su alrededor. -La manera en que andas, como si él fuera el centro del mundo para ti y ni siquiera te dieras cuenta. Cuando él se desplaza, aunque sea sólo un poco, tú ajustas automáticamente tu posición a la suya. Es como si fuerais imanes, o la fuerza de la gravedad. Eres su satélite… o algo así. Nunca había visto nada igual.
Había roto mis propias reglas. Me había acercado a los recuerdos, había ido a su encuentro, en vez de rehuirlos. Me sentía demaciado viva, y eso me asustaba. Pero la emoción más fuerte que en estos momentos recorría mi cuerpo era el alivio, un alivio que surgía de lo más profundo de mi ser. A pesasar de lo mucho que pugnaba por no pensar en él, sin embargo, tampoco intentaba olvidarle. De noche, a última hora, cuando el agotamiento por la falta de sueño derribaba mis defensas, me preocupaba el hecho de que todo pareciera estar desvaneciéndose, que mi mente fuera al final un colador incapaz de recordar el tono exacto del color de sus ojos, la sensación de su piel fría o la textura de su voz. No podía pensar en todo esto, pero debía recordarlo.
Aquel sitio no tenía nada de especial sin él.
Quizás algún día, dentro de unos años, si el dolor disminuía hasta el punto de ser soportable, me sentiría capaz de volver la vista atrás hacia esos pocos meses que siempre consideraría los mejores de mi vida. Y ese día, estaba segura de que me sentiría agradecida por todo aquel tiempo que me había dado, más de lo que yo había pedido y más de lo que me merecía.
Supe que era demaciado tarde cuando el reloj comenzó a dar la hora y sus campanadas hicieron vibrar el enlosado que pisaban mis pies –demasiado lentos-. Entonces me alegré de que más de un vampiro ávido de sangre me estuviera esperando por los alrededores. Si esto salía mal, a mí ya no me quedarían deseos de seguir viviendo.
-Será como si nunca hubiese existido.
Yo era una luna perdida –una luna cuyo planeta había resultado destruido, que, sin embargo, había ignorado las leyes de la gravedad para seguir orbitando alrededor del espacio vacío que había quedado tras el desastre.
-Entonces, ¿no hay esperanza? -susurró Carlisle. La voz no delataba miedo alguno, sólo resolución y resignación. -Siempre hay esperanza -contesté en voz baja. Eso podría ser verdad, dije para mis adentros-. Sólo conozco mi propio destino. Edward me tomó de la mano, sabedor de que estaba incluido en él. No hacía falta precisar que me refería a los os cuando hablaba de “mi destino”. Nosotros éramos dos partes de un tido.
-Bella –susurró Alice-, Edward no va a volver a llamar. Ha creído a Rosalie. Se va a Italia.
Con el corazón en un puño, observé cómo se aprestaba a defenderme. Su intensa concentración no mostraba ni rastro de duda, a pesar de que le superaban en número.
-Se comportó como un necio al pensar que podrías sobrevivir sola. Nunca he conocida a nadie tan dispuesto a jugarse la vida estúpidamente.
-Todo esto parecía La noche de los muertos vivientes. Todavía la oigo gritar en sueños… >>Hay veces que veo algo en sus ojos y me pregunto si alguna vez he llegado a darme cuenta de cuánto dolor siente en realidad. No es normal, Alice y… y me asusta. No es como si alguien la hubiera dejado, sino como si alguien hubiera muerto.
Fuera lo que fuera lo que hubiese ocurrido esa noche, tanto si la responsabilidad era de los zombis, de la adrenalina o de las alucinaciones, lo cierto es que me había despertado.
Con todas mis fuerzas intenté no pensar en lo irónico de la situación, pues era una pura ironía que, al final, hubiera terminado convirtiéndome en una zombi.